
Hay días en los que te sientes como si hubieras desaparecido de ti misma.
No sabes en qué momento ocurrió, ni cómo se dio el derrumbe. Solo sabes que de repente, mirar al espejo no es reconocerte.
Te mueves por la vida como si fueras sombra de lo que fuiste. Y hasta respirar parece una tarea pendiente.
Y aún así, sigues.
Aunque nadie lo vea. Aunque nadie lo entienda.
Sigues cumpliendo, escuchando, resolviendo.
Sigues poniendo sonrisas cuando por dentro no queda ni eco.
Y te preguntas cuándo fue que empezaste a vivir con ese vacío dentro.
Cuándo fue que empezaste a sentirte más “función” que persona.
Más cuerpo cansado que alma presente.
Pero no estás rota.
Estás cansada.
Estás herida.
Estás hecha pedazos, sí.
Pero eso no es el final.
Es, quizás, el inicio del regreso.
Porque hay algo dentro que no se ha rendido.
Algo que a veces llora en silencio cuando todo calla.
Algo que te susurra al oído cuando todo pesa:
“Todavía estás aquí. Y eso basta por hoy.”
Y entonces, en medio del caos, descubres que puedes empezar a volver.
Volver a ti.
Como algo que nace después del derrumbe.
Como la versión tuya que crece entre los escombros y aún así florece.
Porque aunque nadie lo sepa, dentro de ti, sigue latiendo algo.
Conclusión:
Esta reflexión es un recordatorio:
No estás rota. Estás en proceso.
Y en ese proceso también hay belleza.
Porque volver a ti no siempre es rápido ni limpio…
Pero es tuyo.
Y cada paso que das, aunque duela, te devuelve un pedacito de alma.
Deja un comentario