
No siempre, hace falta tener respuestas.
No siempre, hay que levantarse con fuerza, ni sonreír, como si nada doliera.
A veces, simplemente, seguir respirando, ya es un acto de valentía.
He aprendido —a golpes de días grises— que la vida, no siempre se ilumina desde fuera. A veces, la luz, nace dentro, chiquita, temblorosa, como una llama, en mitad de una tormenta. Y, sin embargo… permanece. No brilla para que todos la vean, sino para que tú misma, no te pierdas.
En este camino de dolor crónico, de fatiga invisible, de emociones, que a veces, se vuelven demasiado pesadas para el pecho… he descubierto, que no estoy rota. Estoy en proceso. Y, ese proceso, no tiene que ser bonito, ni inspirador, ni lineal. Solo tiene que ser real.
Escribo, para dejar constancia de esas pequeñas luces.
De esas veces, que dije “no puedo más” y, aún así, continué.
De los silencios compartidos con alguien, que no necesitaba explicaciones.
Del abrazo que no llegó, pero que imaginé tantas veces, que me sostuvo igual.
Porque resistir, no siempre es luchar.
A veces, es rendirse al momento y quedarse ahí… sin huir, sin fingir, sin obligarse a estar bien.
Y eso, amigas, también es coraje.
Si hoy no puedes con todo, no pasa nada.
Quédate contigo.
Acaríciate con ternura.
Y recuerda: incluso en el polvo del desván, la esperanza, encuentra siempre un rincón para crecer.
💛
Malú
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