A veces, sin darnos cuenta, nos hablamos con una dureza, que jamás usaríamos con alguien a quien amamos. Nos juzgamos, nos exigimos, nos reprendemos con una voz, que suena dentro de la cabeza… pero que hiere como si viniera de fuera.

Cuida esa voz. Revísala. Edúcala.

Haz un ejercicio: durante un día, escribe cada pensamiento autocrítico que te sorprendas teniendo. Luego, por la noche, vuelve a leerlos, y responde a cada uno, como si le estuvieras hablando a tu mejor amiga. ¿Le dirías eso? ¿Con ese tono? ¿Con esa exigencia?

Transformar tu diálogo interno no es un acto superficial. Es un gesto radical de amor propio. Y no se trata de repetir frases positivas forzadas, sino de aprender a hablarte, con la misma ternura con la que sostendrías a alguien roto entre tus brazos.

Recurso práctico: crea una nota en tu móvil o cuaderno con una lista de frases de “voz amiga”. Por ejemplo:

  • “Lo estás haciendo lo mejor que puedes.”
  • “Estás cansada, no fracasando.”
  • “Puedes parar, no tienes que demostrar nada.”
    Léelas en los días en los que te sientas más implacable contigo.

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