Esta página nació en uno de esos días en los que el cuerpo pesa más de lo que debería. Quería transformar el dolor en algo que respirara belleza, aunque fuera una belleza imperfecta, frágil, un poco desbordada. Tomé el papel en blanco y comencé a llenarlo sin pensar, como si cada recorte fuera una exhalación del alma.

En el centro dejé la escritura, porque escribir sigue siendo mi forma de mantenerme entera. Las palabras, rodeadas de flores, mariposas, hadas y pequeños animales, representan esa parte de mí que busca sentido cuando el cuerpo duele. Las flores oscuras hablan del cansancio, de las horas en las que el dolor se queda quieto y parece mirar de frente. Las mariposas y los colibríes, en cambio, son el impulso de vida, el intento constante de elevarse, aunque las alas tiemblen.

La saturación no fue casual. Cada rincón lleno, cada color intenso, es una forma de decir que lo siento todo a la vez. Así es la fibromialgia, una acumulación de sensaciones, luces y sombras que se confunden, un ruido que no siempre se puede apagar. Pero en ese exceso también hay algo profundamente humano. La belleza se abre paso incluso dentro del caos.

Las hadas representan mis fragmentos de esperanza, los pequeños lugares internos donde aún habita la ternura. Los animales pequeños son mi refugio, esa voz que me recuerda que sigo siendo parte de algo vivo. Todo está unido, sin huecos, porque mi mente no sabe descansar del todo.

Esta página es un mapa del dolor y del renacimiento. Un intento de reconciliar el cuerpo que grita con el alma que sigue creando. A veces, cuando la miro, siento que cada flor, cada ala, cada palabra escrita es una parte de mí que se niega a rendirse.


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