Muy buenos días familia bonita!

Hoy me gustaría contaros mi experiencia con psiquiatras y psicólogos, el por qué decidí estudiar esa carrera, el por qué decidí dejarla y algunos consejos que a mí me han servido con la fibromialgia. Espero que os sirvan también a vosotr@s.

Tenía dieciséis años cuando me derivaron a psiquiatría por una depresión tras una operación de cáncer de ovarios. Yo sabía perfectamente de dónde venía ese dolor:. De una enfermedad que me había arrebatado parte de mi cuerpo y de mi tranquilidad con tan solo 16 años. Sin embargo, mi psiquiatra decidió que la causa real era otra. Dijo que mi depresión no se debía al cáncer, sino a una supuesta mala infancia. Aquello me descolocó. Mi infancia fue feliz, cuidada y llena de amor. Tuve unos padres presentes, atentos, que me enseñaron a confiar y a sentirme acompañada. No había traumas escondidos ni carencias afectivas. Pero el psiquiatra insistía en que, aunque yo no lo recordara, algo debía de haber.

Esa experiencia marcó mi relación con la psicología y la psiquiatría. No por rechazo al conocimiento en sí, sino por la manera en que muchos profesionales tratan a las personas, desde un molde prefabricado. Parecen más interesados en encajar al paciente dentro de un patrón que en escuchar lo que realmente está viviendo. Cada historia es única, pero ellos repiten la misma fórmula una y otra vez. No observan al individuo, observan el diagnóstico. No escuchan la vivencia, buscan la etiqueta.

Años después, decidí estudiar Psicología. Lo hice con la intención de trabajar de un modo distinto, de acompañar a las personas sin forzarlas a encajar en teorías ajenas. Quería comprender el alma humana desde su singularidad, no desde un manual. Pero conforme avanzaba en la carrera, sentía que el enfoque académico repetía los mismos errores que yo había vivido como paciente. Todo se basaba en protocolos, en clasificaciones, en modelos que agrupaban a las personas bajo los mismos criterios.

Llegó un punto en el que comprendí que no quería formar parte de eso. Que la psicología, al menos la que se enseña y se aplica de forma tradicional, no coincidía con mi forma de entender al ser humano. Creo que cada persona necesita un trato único, una escucha distinta, un acompañamiento que parta de su historia y no de un diagnóstico. Por eso dejé la carrera, porque no podía aceptar un sistema que intenta curar con etiquetas lo que solo puede entenderse con empatía y mirada humana.

Años después, cuando recibí el diagnóstico de fibromialgia, la reumatóloga insistía en que debía acudir a psiquiatría. Decía que parte del tratamiento solo podía recetarlo un psiquiatra. En ese momento regresaron a mi mente todos los recuerdos de la antigua experiencia con la psiquiatría y la psicología, junto con lo que había aprendido en mis estudios. Sentí una resistencia profunda y rechacé la propuesta. La reumatóloga no comprendía mi decisión y llegó a mostrar enfado. Incluso afirmó que mi dolor persistía por mantener mi postura.

Le conté mi historia y respondió que cada profesional trabajaba de forma distinta. Con el tiempo, después de dos años, decidí aceptar la visita. El nuevo psiquiatra repitió los mismos patrones de siempre. Escuché las mismas fórmulas, las mismas preguntas, el mismo intento de explicar mi dolor desde causas que no coincidían con mi vivencia. Probé la medicación que me recetó, pero no sentí alivio. La atención volvió a girar alrededor de ideas preestablecidas, alejadas de lo que realmente estaba sintiendo.

Con el tiempo comprendí que muchos profesionales siguen modelos rígidos, sin observar la historia individual. Lo importante, para mí, es aprender a acompañarse con amabilidad y conciencia.

La fibromialgia, la fatiga crónica y la depresión reclaman atención profunda, pero también una mirada interior que vaya más allá de los diagnósticos.

Mi consejo para quienes viven con estas enfermedades es sencillo y sincero: escucha a tu cuerpo, observa tus emociones, y permítete descansar sin culpa.

Busca momentos de silencio, luz suave, respiración tranquila.

Dedica tiempo a lo que te relaja: la música, la pintura, un paseo breve, una conversación amable.

Aprende a reconocer los límites de tu cuerpo sin juzgarlo, y a valorar los pequeños gestos de bienestar que cada día te ofrece.

Rodéate de personas que comprendan tu ritmo, y elige médicos o terapeutas que sepan escuchar con respeto.

El equilibrio nace de esa unión entre mente, cuerpo y alma. La sanación no siempre llega a través de un fármaco, sino a través de la calma interior y la conciencia de lo que uno es capaz de sentir y transformar.

Miles de besos.


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